sábado, 21 de noviembre de 2009

Ése es el dilema

Estoy desesperada. Necesito una excusa para no ir a la casa de mis abuelos esta semana; tengo tres parciales la semana que viene y necesito estar relajada mentalmente. Y cada vez que voy de visita, me dan ganas de tirarme por la alcantarilla y dejar que me coman las ratas. No es que no los quiera ni nada, eh. Pero una velada todos juntos encerrados en esa casa equivale a estar encerrados en un campo de concentración.
La casa es chiquita, vieja. Los platos y cubiertos están sucios. Las ventanas y persianas están siempre cerradas, mi abuelo y mi papá no paran de fumar (nada mejor para mi asma). Y como si fuera poco, mi tío es esquizofrénico y jamás se sabe cómo va a estar: si tenemos suerte, está tranquilo, se puede conversar con él y no hay problema. Pero también, incontables veces está nervioso, caminando para todos lados como un tigre encerrado, fumando con las manos temblorosas, hablando solo y llorando por lo bajo como un animalito herido. Y en el peor de los casos, está encerrado en su cuarto golpeándose contra las paredes mientras mi papá intenta tranquilizarlo.
El problema no es la casa, o el cigarrillo, que a lo sumo lo puedo evitar saliendo al patio. El problema es estar ahí encerrados, a la espera, alertas por si mi tío se pone mal. Y eso me destroza por dentro, me angustia. Me tortura, me azota el alma continuamente. No puedo estar ahí. No puedo ver eso. No puedo. No quiero.
Pero si no voy, después yo quedo como la loca que no quiere a su familia, que los abandona, mi papá se indigna y quién sabe a qué le atribuye el que yo no quiera ir.




¿Qué carajo hago?

jueves, 19 de noviembre de 2009

Una lágrima sobre el teléfono

Mi casa es una de ésas en las que el teléfono no deja de sonar en todo el día. Siempre comunicados (demasiado, diría yo). Llama mi tía, mi abuela, la chica que limpia, alguna madre del colegio de mis hermanos. Llaman para saber cuánto vino en la boleta de luz. Llaman para saber cómo va a estar el clima. Llaman, incluso, porque creyeron escuchar gritos y querían saber si en casa alguien se está peleando. Y todo el día, dale con el riiiiiiiiiiiiiiing al teléfono fijo, con algún ringtone berreta y chillón del celular.

Hace un rato, Mamá me avisa que va a salir. Le digo que no hay problema, que yo cuido a mi hermano más chico. Le pongo play a los videos que estaba mirando. Por fin, estoy sola, mi hermanito, y todo está en orden. Obvio que no.
En todo este tiempo, el teléfono, como era de esperarse, no paró de sonar una sola vez. Después de correr escaleras abajo como una estampida de búfalos salvajes, puteando entredientes, para atender a las llamadas más inútiles y sin sentido que tuve en mi vida, vuelvo a lo mío, en paz. Acaricio a mi gata, que duerme arriba del escritorio de la computadora y ronronea. Sonrío porque estoy sola, y me encanta, y no hay ruido. Y no creo que el teléfono vuelva a sonar.

RIIIIING, teléfono

Diana (corriendo escaleras abajo, intentando llegar al teléfono antes del sexto ring)
¡¡LAREPUTÍSIMAMADREQUELOSPARIÓ!!
(atiendo el teléfono, apretando fuerte los dientes)
¿Hola?

Abuelavecina:
Hola, MamádeDiana, me parece qu...

Diana:
Soy Diana

Abuelavecina (alarmada):
¡¿Y dónde está tu mamá?!

Diana:
...salió a buscar a mi Hermano

Abuelavecina (aún alterada):
¡¿¡¿Y dónde está Tuhermanomáschico?!?!

Diana (absolutamente desconcertada):
...eh... Acá, durmiendo en el living.

Abuelavecina:
Ay, porque me acordé que se había quedado dormido en el auto, escuché unos gritos, un nene que lloraba y a lo mejor era él, y quería saber si estaba llorando, a lo mejor se había dormido en el auto...

Increíble. La próxima vez que suene el teléfono, le disparo, así sin más.

martes, 17 de noviembre de 2009

Lo primero es lo primero

Me parece que debería empezar presentándonos a todos.

Yo: Soy la mayor de mis hermanos. Soy una persona muy nerviosa, y siempre, pero siempre estoy de mal humor. Soy obsesiva hasta llegar al absurdo, soy excesivamente celosa, pero soy una novia atenta y cariñosa, lloro por todo y tengo el Síndrome de la Gordita Marginada. Soy claustrofóbica, y le tengo pánico a las cucarachas, hasta el punto de llorar si se me acerca una. Si bien no tengo ningún problema en concreto, vivo rozando los desórdenes alimenticios; me fascina aguantar horas sin comer y sentir el hambre, y en mis épocas más desbocadas llegué a vomitar voluntariamente un par de veces.

Mamá: Mamá vive ocupada, y está agotada. Siempre la veo cansada, divagando. Es como si viviera en una interminable descarga eléctrica que la hace venir de acá para allá. No carga sólo con la responsabilidad del trabajo, la facultad, los chicos, la comida, limpieza, más trabajo, más facultad, y más chicos, sino que, además de todo esto, tiene que hacerse responsable de mi papá. A veces pienso que la admiro un poco por la capacidad que tiene para sostener todo. Otras veces, la quiero matar por hacerse cargo de todo y como consecuencia, andar siempre distraída y atolondrada, olvidándose de cosas importantes como el shampoo o la comida, o dejando frases inacabadas pudriéndose en su boca.

Papá: Él es un caso aparte. Es violento y alcohólico en recuperación, y depende completamente de mi mamá. Es paranoico, grita mucho sin darse cuenta, y un mísero cambio de planes que no lo afecta le provoca un temor similar al que sentiría si el mundo se le cayera abajo. En el fondo siento un poco de pena lastimosa por él, como si en lugar de la bestia salvaje que muestra estuviera viendo a Oliver Twist. Le encanta escuchar Victor Heredia, Pablito Ruiz y Rodrigo, toma mate durante el almuerzo y la cena, y se enoja por casi todo.

Los chicos: De mi hermano más chico no tengo mucho por decir. Es chico, y generalmente molesto como todos los nenes, pero en fin. De mi hermano más grande, que de todas maneras sigue siendo un chico, tengo para decir que sufre como nadie la violencia y el caos que hay en casa. Se ofende por todo, se frustra muy fácil y cuando se enoja parece un caballo encabritado y golpea todo lo que encuentra. Además, tiene un trauma con sus orejas.


Si tuviera que elegir una palabra para definir a mi familia, es la de "simbiosis". Hay una neurosis de que lo exterior es malo, vivimos todos más encimados que la población china. Casi entrelazados, amalgamados, podría decirse. Y lo más importante, está inconcebiblemente naturalizado. Acá no hay límites de privacidad. Revisarle la cartera, las conversaciones de MSN, los archivos, es de lo más normal. Vivimos lejos, estamos aislados. Y yo... yo quisiera escaparme de esta isla. ¿Podré?

lunes, 16 de noviembre de 2009

Al que le toca, le toca

"Al que le toca, le toca, porque la suerte es loca", dicen. Lo cierto es que la familia nos toca a todos sin que podamos elegirla. Y a mí me tocó es ésta, que, quiera yo o no, está completamente mal de la cabeza.
Mi vida en familia es así, como una Alicia atrapada eternamente el País de las Maravillas, rutinariamente en la locura de tomar el té con un gato de Cheshire, un sombrerero loco, y una liebre. Uno más desquiciado que el otro.
Creo que sólo resta escribir.



Alice in Wonderland